
Lorenzo Pedrali
Estudiante inscrito en la escuela media de Milán.
Las grandes y espesas pinceladas individualizan y determinan el centro del soporte, desarrollando alrededor del mismo, con pocos gestos, decisivos y determinados, enredos de colores y superposiciones matéricas, sosteniendo el flujo expresivo de Lorenzo que la pintura, en la forma abstracta más extrema decretada por el gesto y la acción del cuerpo, puede conducir.
La realidad objetiva es reducida a pocas y significativas cromías; la armonía de un mundo interior es vehiculada y amplificada por el grito de un color que busca colorear lo real, del magma de pintura que el pensamiento elabora en soluciones armónicas y agradables como alternativa a las metafóricas disarmonías de los grises y negros, excluidos de los trabajos de Lorenzo. La incisiva amalgama de curvas, pliegues, explosiones bícromas o saturadas policromías, conducen a un punto de equilibrio, a una relación feliz entre los elementos, más allá del lleno que reconoce su antítesis en el vacío.
Lorenzo parece así definir en el perímetro de la pintura, un espacio existencial propio, rodeándose del blanco y de la pureza de la hoja se recoloca a sí mismo en el mundo físico y reencuentra -como parece evidente en estas producciones informales-, los valores relacionales con su entorno, el justo intercambio osmótico que rige en la vida (como en la pintura), la coexistencia entre los opuestos.
La mirada es en color, alegre; la pincelada sinuosa, continua y fluida, no cae en las roturas de la línea, no vacila en los ángulos de las geometrías disipando su energía. Por el contrario, elimina las incoherencias de los instantes rotos, de los dolores olvidados, de una serena percepción de la realidad.